Autoras: M. Luz Carro Menéndez & Susana López Díaz
El cáncer de mama cambia la vida a miles de mujeres cada año en todo el mundo. Familia, amigos, trabajo, relaciones sexuales, imagen corporal... No hay ningún aspecto de la vida que pueda escapar al impacto que supone este diagnóstico. … Para ellas, el cáncer de mama está presente en sus vidas cada día, aunque es el 19 de octubre, el día elegido para teñirse de rosa y recordar a quienes conviven con esta enfermedad.
En realidad, la palabra cáncer procede del pensamiento mágico de hace siglos, cuando esta dolencia se equiparaba al cangrejo, probablemente por su avanzar impredecible y característica apariencia, que recordaban la forma en que se extiende e infiltra esta dolencia. Hoy en día, seguimos sin saber exactamente el significado y sus causas últimas, aunque sí conocemos que se produce por una anormal multiplicación de células desde una determinada localización en nuestro cuerpo.
Por supuesto, el proceso normal es que las células crezcan, se desarrollen y mueran dentro de un desarrollo equilibrado destinado a asegurar las necesidades del organismo. Pero cuando cambian, dejan de diferenciarse, de madurar apropiadamente y crecen desordenadamente, entonces aparece un tumor por exceso de multiplicación de sus componentes. Una vez ocurrido esto, desde el foco original, las células pueden pasar al sistema linfático o a la sangre. De esta manera se produce la metástasis a ganglios u órganos, donde las células colonizan, se adaptan al nuevo tejido y vuelven a crecer.
En el caso que nos ocupa, el cáncer de mama, recibe esta denominación el resultado del crecimiento de tejido canceroso en una glándula mamaria. Este tipo de cáncer es uno de los más antiguamente conocidos y descritos, así, existen datos sobre tumoraciones mamarias en la medicina egipcia, y más concretamente referidos a neoplasias malignas, en la medicina griega y romana.
Un papiro llamado de Ebers, descubierto en 1872, al que se atribuye una antigüedad de unos 3.000 años a. J, ya alude en una de sus páginas a 8 mujeres con tumores en la mama. Como es lógico, en este momento no se utilizaba el término cáncer porque no fue propuesto hasta el siglo IV a. J. por Hipócrates, el llamado padre de la Medicina moderna.
Un tiempo más tarde, a principios de nuestra Era, Celso ya intentaba extirpar cánceres de mama.
En 1290, el doctor Lanfranchi, establece los principios de la cirugía científica, los cuales proponen una estrategia terapéutica que más tarde se mostraría trascendental: las intervenciones radicales y precoces del cáncer de mama.
En el siglo XVII destaca el doctor Wiseman, un cirujano excelente que formuló y llevó a la práctica, indicaciones concretas acerca de la posibilidad de curación en función de la localización de los cánceres. En esencia, para este profesional el cáncer era una lesión local, curable quirúrgicamente, que se extendía a través de los conductos linfáticos y tendía a recidivar.
En el siglo XIX la cirugía experimentó un gran adelanto, gracias al descubrimiento de la anestesia, por Morton, y de la antisepsia, por Semmelweiss. Surgen entonces, las primeras y grandes escuelas de cirugía.
En cáncer de mama, el doctor Halsted introdujo la técnica de la extirpación radical, que incluía la de la mama, los músculos pectorales y el tejido linfático –ganglios de la axila-. Aquí aparecen propiamente los primeros intentos curativos de esta patología.
En la actualidad, el cáncer de mama es la neoplasia maligna más frecuente en la mujer y el tumor que mayor incidencia tiene en nuestro país, suponiendo la primera causa de muerte en mujeres entre 40 y 55 años. Y la tendencia es creciente, sobre todo, en los países desarrollados, aún cuando la tasa de mortalidad ha disminuido en los últimos años, beneficios que se atribuyen a los programas de detección precoz y a los avances en el tratamiento sistémico.
Los factores de riesgo más importantes son el sexo femenino y la edad. Aún así, es importante señalar que en la mayoría de las mujeres que lo sufren no es posible identificar circunstancias previas como condicionantes favorables a la enfermedad.
En otro orden de cosas, el cáncer constituye, con carácter general, una enfermedad paradigmática para el estudio de la adaptación humana ante los problemas de salud. Más concretamente, el cáncer de mama es una patología especialmente adecuada para el estudio del afrontamiento, desde un punto de vista teórico y empírico, tanto por el número de personas afectadas como por la tendencia cada vez mayor a convertirse, en parte gracias a los avances biomédicos, en una enfermedad crónica de muy larga evolución. Pero fundamentalmente, porque a pesar de los progresos en el control de esta enfermedad, el diagnóstico, tratamiento y recuperación, siguen configurando situaciones potencialmente muy estresantes.
La justificación se encuentra en que las pacientes se enfrentan a toda una serie de situaciones extremadamente complejas y cambiantes para las que con frecuencia, no están preparadas. Desde las pruebas exploratorias y la espera de resultados, al diagnóstico, la valoración de tratamientos a seguir, la intervención quirúrgica con la correspondiente hospitalización, los tratamientos complementarios como la radioterapia y la quimioterapia, los controles periódicos durante la fase de intervalo libre de enfermedad, el tratamiento de la recidiva o la metástasis, el manejo de las situaciones avanzadas de enfermedad hasta, en algunos casos, el proceso de enfermedad avanzada y terminal.
En este contexto, el afrontamiento puede definirse como el esfuerzo orientado hacia el intento de manejar, reducir o tolerar, las situaciones percibidas como desbordantes o que ponen a prueba los recursos de una persona. Sin embargo, los estudios recientes conllevan una gran diversidad conceptual y de modelos, y pese al avance de los planteamientos teóricos, suelen aparecer dificultades a nivel empírico a la hora de explicar la diversidad respuestas humanas ante la adversidad. Por tanto, no existe consenso sobre cuantas estrategias de afrontamiento hay que diferenciar, por qué estas y no otras, bajo qué circunstancias se utilizan, qué función tienen, cómo interactúan entre sí y con los sistemas más amplios de comportamiento, etc. Y por si todo esto fuera poco, unos investigadores han utilizado nombres diferentes para referirse a lo que parece ser la misma estrategia, mientras que otros han utilizado el mismo nombre para hacer referencia a estrategias de afrontamiento distintas.
Ante esta situación, y dado que en la actualidad se están abriendo paso nuevas posibilidades de prevención y curación de la enfermedad. Las autoras pensamos que podría parecer adecuado intentar obtener información empírica sobre cómo afrontan las pacientes de cáncer de mama su enfermedad, en un momento relevante en que se enfrentan a ella y analizar la posible existencia de relaciones entre diferentes formas de afrontarla. Esta información podría facilitar o sugerir nuevos enfoques del problema y ser útil para apoyar modelos desarrollados desde planteamientos teóricos y empíricos diferentes. Bajo estas premisas, ya se están sentando los pilares de futuras líneas de investigación que sin duda, supondrán importantes avances a medio y largo plazo.