martes, 8 de abril de 2008

Un brillante colaborador...

En la época dorada de la lucha contra el cáncer y el cambio climático llega un aliado inesperado. La investigación está descubriendo que el oro tiene propiedades impagables.

Cuando el prestigioso Centre National de la Recherche Scientifique francés (CNRS, homólogo del CSIC español) ha decidido coordinar en el grupo GdR Or-nano, los esfuerzos de 40 centros nacionales de investigación, es que algo se mueve en torno al oro. El resplandor renovado de este metal lo delatan también los números: el 15% de la demanda anual de oro, que asciende a 4.000 toneladas, procede de la industria y la investigación. Y eso que se utiliza en ínfimas pepitas nanométricas (1 nm=10-9 m).

La extracción de este metal precioso vuelve a ser uno de los negocios más rentables del mundo, y cada vez se busca con más ahínco bajo el suelo. Allí se encuentra en concentraciones de hasta 1 gramo por tonelada, mientras que en superficie no pasa de medio. La gran “mina del rey Salomón” sigue estando en Sudáfrica, que extrae el 26% de las existencias, seguida por EEUU, Australia, China y Rusia, que se lucran con otro 40%. El metal amarillo aún se dedica, en sus tres cuartas partes, a los escaparates de las joyerías, especialmente en la India, que, lejos de investigar, convierte cada año en bisutería 800 toneladas, sobre todo en anillos de compromiso, porque en su cultura suponen una especie de dote y seguro de vida al mismo tiempo.

La otra paradoja es que la inalterabilidad que históricamente dio relumbrón al oro no solo desaparece a escala nanométrica, sino que pasa a convertirse en una reactividad química asombrosa y extremadamente útil. A un tamaño de 5 nm, las partículas de oro actúan como un catalizador inmejorable; es decir, en su presencia se aceleran las reacciones químicas, pero no se alteran los resultados. Los primeros en darse cuenta fueron unos investigadores japoneses que en 1987 lograron transformar monóxido de carbono en dióxido de carbono (de una toxicidad insignificante) a temperatura ambiente, cosa hasta el momento imposible: los catalizadores “clásicos” solamente lo logran a 100ºC. El hallazgo abrió el camino a todo tipo de aplicaciones industriales relacionadas con la purificación. Ya hoy se está beneficiando del hallazgo Union Chemical Laboratories, que ha desarrollado unas mascarillas antigás para proteger a los bomberos durante 100 horas. Con esa misma idea, varias compañías estudian soluciones para desintoxicar túneles y mejorar sus sistemas de evacuación de gases. Otro ejemplo de las aplicaciones que están surgiendo es el de BP Chemical, que emplea este metal para sintetizar el acetato de vinilo que necesita para fabricar colas y pinturas. Un campo que nos daría aún más alegrías sería el automovilístico, porque los actuales catalizadores de los coches no actúan hasta que el monóxido de carbono y otros gases incombustibles (y extremadamente tóxicos) del motor están calientes, así que en los primeros kilómetros se escapa a la atmósfera ese 80% de emisiones nocivas que expulsa el vehículo.

Pero la gran esperanza, y también la mayor discusión, está en el uso biomédico que estos adelantos pueden propiciar. Porque, si bien se ha visto que el metal más preciado cambia de cara cuando lo “rompemos” en añicos, lo cierto es que una de sus virtudes permanece intacta: que parece ser inocuo para el cuerpo humano. Esto podría permitirle actuar como vector, es decir, transportar un medicamento por todo el cuerpo hasta liberarlo en un lugar específico. ¿Y cómo lo encontraría? Resulta que los átomos de la superficie de las nanopartículas de oro son muy “amigos” de “asociarse” a otros elementos químicos. Así que los impregnan de otros compuestos que les conduzcan a pegarse, por ejemplo, a un tumor, para luego localizarlo. ¿Y no nos intoxican? Ahí está la discusión: la Agencia Francesa de Seguridad Sanitaria cree que es pronto para decirlo, pero investigadores alemanes opinan que el metal podría penetrar en la placenta de las embarazadas o alojarse en las paredes internas de los vasos sanguíneos. Y otro equipo norteamericano sospecha que el oro no es tóxico para unos tipos de células, pero sí puede serlo para otros. Quizá por eso aún es poco conocida la gastronomía “dorada”. En España encontramos empresas como Gourmet León (Sevilla) que comercializan un vino con láminas de oro de 23 quilates, gelatina de la misma guisa para canapés y adorno de sopas (para eso también hay polvos). No aportan sabor alguno, pero tampoco son nocivos. Ya lo dijo el médico Paracelso en el siglo XVI: “Todo es veneno y nada lo es; la dosis es la que hace el veneno".

Otra gran idea se está gestando en Glasgow con el Proyecto MINT (Molecular Interconnect for NanoTechnology). Allí están viendo la forma de crear circuitos integrados aún más pequeños que los que se logran con silicio. Su idea es que, ya que el oro “se lleva” tan bien con las partículas orgánicas, se podrían construir nanocables hechos por pequeñas porciones de este metal enlazadas entre sí con cadenas de proteínas (ADN y ARN), porque estas son muy flexibles y capaces de autoensamblarse. Lo que está por ver aún es si esos nuevos cables serán tan buenos conductores a esa escala como lo es el silicio.