miércoles, 27 de enero de 2010

¿Es usted pesimista? Pues, siga siéndolo...

Dedicado, con todo cariño, a mi colega Leticia....
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Tal vez, empezar uno de los primeros artículos del año citando a un beodo no sea lo más apropiado, pero, vaya, éste es un texto sobre el pesimismo.... Así que dejadme que empiece contando la historia de Sileno. Sileno era un sátiro de la mitología griega a quien se atribuía el don de la sabiduría cuando estaba ebrio. Una vez el rey Midas le preguntó qué era lo mejor que le podía pasar a un hombre. A lo que el clarividente bebedor respondió: ‘Lo mejor para todos los hombres y mujeres sería no nacer. Si nace, lo mejor que le puede pasar a un hombre es morir rápido’.

No es una reflexión muy reconfortante, la verdad, pero Sileno ha tenido desde entonces un buen puñado de fans. Desde el filósofo griego Hegesias, quien en el siglo III a. C. instaba a sus semejantes a dejarse morir de hambre, a Arthur Schopenhauer -‘Nuestra vida oscila entre el dolor y el hastío’-, Jean-Paul Sartre -‘El hombre no es feliz y muere’- o Woody Allen -‘Naces, enfermas y mueres. Y lo mismo le pasa a todos los que te rodean sin que nadie entienda nada’-.

Paradójicamente, ese pesimismo les ha podido ayudar en la vida. Suena como el colmo del optimismo, pero un buen número de estudios realizados en los últimos años sugieren que ciertas dosis de pesimismo pueden ser beneficiosas. Por el contario, el optimismo puede ser peligroso. Y, desde luego, lo que resulta absolutamente nocivo es tratar de convertir en optimista a un pesimista.

Julie K. Norem, profesora de Psicología de la Universidad de Wellesley, en EEUU, lleva más de 20 años investigando las virtudes del pesimismo. En 2001 publicó un libro titulado El poder positivo del pensamiento negativo. ‘Lo de ‘tranquilo, todo saldrá bien’ no siempre es cierto’, escribe Norem. ‘Intentar adoptar una actitud positiva cuando sentimos ansiedad puede ser incluso perjudicial. Un anfitrión que no considere la posibilidad de una intoxicación alimentaria puede ser poco cuidadoso con el sushi y acabar enviando realmente a sus invitados al hospital’.

La psicóloga estadounidense ha identificado lo que ella llama pesimistas defensivos, hombres y mujeres que ante un acontecimiento futuro se marcan expectativas muy bajas y se torturan previendo todas las posibilidades de fracaso para saber cómo reaccionar. A menudo son personas de éxito profesional y social, pero siguen sometiéndose al castigo de los nervios porque es la manera más eficaz que han encontrado de combatir la ansiedad.

Norem también apunta en su libro posibles beneficios del pesimismo para la salud. O más exactamente, perjuicios del optimismo. Varias docenas de estudios han sugerido que los optimistas tienen la presión sanguínea más baja o que se recuperan antes tras una operación cardiaca y, otros ensayos, apuntan a que el pesimismo podría beneficiar nuestro sistema inmunológico.

Con mejor o peor sistema inmunológico, lo cierto es que los pesimistas están en minoría. La tendencia generalizada a esperar lo mejor, incluso con los indicios en contra, está más que documentada. No es que veamos el vaso medio lleno o medio vacío. Es que la mayoría lo vemos completamente lleno incluso cuando está completamente vacío.

Un fenómeno parecido se observa en las empresas. Los optimistas dan menos problemas y hacen de mejor gana lo que diga el jefe, pero a juicio de muchos consultores, lo inteligente sería infiltrar a un pesimista en un equipo de optimistas. Son frecuentes los casos de empresas lastradas por exceso de optimismo.

La actual crisis es un buen ejemplo: las expectativas de revalorizaciones estratosféricas de activos inmobiliarios han generado una apertura del grifo de crédito que ha acabado por estrangular a algunos bancos. Aunque ahora sería de agradecer cierto optimismo para reactivar el consumo, en el pasado reciente una dosis de pesimismo respecto a la pretendida revalorización de la vivienda ad infinitum habría sido muy saludable.

No sé si pesimismo es la palabra adecuada, porque tiene connotaciones negativas’, tercia el economista Fernando Trías de Bes, en su ensayo El hombre que cambió su casa por un tulipán, ‘pero con un poco más de cautela o realismo la situación se habría atajado’. Trías de Bes analiza cómo funcionan las burbujas financieras y describe lo que llama síndrome del necio, uno de cuyos síntomas es dejarse llevar por ese optimismo irracional. ‘Cuando todo va bien, la gente no quiere malas noticias, pero muchos emprendedores han triunfado precisamente por estar siempre pendientes de las malas noticias’. Célebre es el lema de Andrew Grove, cofundador de Intel, el primer fabricante de procesadores informáticos del planeta:’Sólo los paranoicos sobreviven’.
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